Login

Soneto XXI

Oh que todo el amor propague en mí su boca, 
que no sufra un momento más sin primavera, 
yo no vendí sino mis manos al dolor, 
ahora, bienamada, déjame con tus besos. 
Cubre la luz del mes abierto con tu aroma, 
cierra las puertas con tu cabellera, 
y en cuanto a mí no olvides que si despierto y lloro 
es porque en sueños sólo soy un niño perdido 
que busca entre las hojas de la noche tus manos, 
el contacto del trigo que tú me comunicas, 
un rapto centelleante de sombra y energía. 
Oh, bienamada, y nada más que sombra 
por donde me acompañes en tus sueños 
y me digas la hora de la luz.


Soneto XXII

Cuántas veces, amor, te amé sin verte y tal vez sin recuerdo, 
sin reconocer tu mirada, sin mirarte, centaura, 
en regiones contrarias, en un mediodía quemante: 
eras sólo el aroma de los cereales que amo. 
Tal vez te vi, te supuse al pasar levantando una copa 
en Angol, a la luz de la luna de Junio, 
o eras tú la cintura de aquella guitarra 
que toqué en las tinieblas y sonó como el mar desmedido. 
Te amé sin que yo lo supiera, y busqué tu memoria. 
En las casas vacías entré con linterna a robar tu retrato. 
Pero yo ya sabía cómo era. De pronto 
mientras ibas conmigo te toqué y se detuvo mi vida: 
frente a mis ojos estabas, reinándome, y reinas. 
Como hoguera en los bosques el fuego es tu reino.


Soneto XXIII

Fue luz el fuego y pan la luna rencorosa, 
el jazmín duplicó su estrellado secreto, 
y del terrible amor las suaves manos puras 
dieron paz a mis ojos y sol a mis sentidos. 
Oh amor, cómo de pronto, de las desgarraduras 
hiciste el edificio de la dulce firmeza, 
derrotaste las uñas malignas y celosas 
y hoy frente al mundo somos como una sola vida. 
Así fue, así es y así será hasta cuando, 
salvaje y dulce amor, bienamada Matilde, 
el tiempo nos señale la flor final del día. 
Sin ti, sin mí, sin luz ya no seremos: 
entonces más allá del la tierra y la sombra 
el resplandor de nuestro amor seguirá vivo.

Soneto XXIV

Amor, amor, las nubes a la torre del cielo 
subieron como triunfantes lavanderas, 
y todo ardió en azul, todo fue estrella: 
el mar, la nave, el día se desterraron juntos. 
Ven a ver los cerezos del agua constelada 
y la clave redonda del rápido universo, 
ven a tocar el fuego del azul instantáneo, 
ven antes de que sus pétalos se consuman. 
No hay aquí sino luz, cantidades, racimos, 
espacio abierto por las virtudes del viento 
hasta entregar los últimos secretos de la espuma. 
Y entre tantos azules celestes, sumergidos, 
se pierden nuestros ojos adivinando apenas 
los poderes del aire, las llaves submarinas.

Soneto XXV

Antes de amarte, amor, nada era mío: 
vacilé por las calles y las cosas: 
nada contaba ni tenía nombre: 
el mundo era del aire que esperaba. 
Yo conocí salones cenicientos, 
túneles habitados por la luna, 
hangares crueles que se despedían, 
preguntas que insistían en la arena. 
Todo estaba vacío, muerto y mudo, 
caído, abandonado y decaído, 
todo era inalienablemente ajeno, 
todo era de los otros y de nadie, 
hasta que tu belleza y tu pobreza 
llenaron el otoño de regalos. .


Soneto XXVI

Ni el color de las dunas terribles en Iquique, 
ni el estuario del Río Dulce de Guatemala, 
cambiaron tu perfil conquistado en el trigo, 
tu estilo de uva grande, tu boca de guitarra. 
Oh corazón, oh mía desde todo el silencio, 
desde las cumbres donde reinó la enredadera 
hasta las desoladas planicies del platino, 
en toda patria pura te repitió la tierra. 
Pero ni huraña mano de montes minerales, 
ni nieve tibetana, ni piedra de Polonia, 
nada alteró tu forma de cereal viajero, 
como si greda o trigo, guitarras o racimos 
de Chillán defendieran en ti su territorio 
imponiendo el mandato de la luna silvestre.

Soneto XXVII

Desnuda eres tan simple como una de tus manos, 
lisa, terrestre, mínima, redonda, transparente, 
tienes líneas de luna, caminos de manzana, 
desnuda eres delgada como el trigo desnudo. 
Desnuda eres azul como la noche en Cuba, 
tienes enredaderas y estrellas en el pelo, 
desnuda eres enorme y amarilla 
como el verano en una iglesia de oro. 
Desnuda eres pequeña como una de tus uñas, 
curva, sutil, rosada hasta que nace el día 
y te metes en el subterráneo del mundo 
como en un largo túnel de trajes y trabajos: 
tu claridad se apaga, se viste, se deshoja 
y otra vez vuelve a ser una mano desnuda.

Soneto XXVIII

Amor, de grano a grano, de planeta a planeta, 
la red del viento con sus países sombríos, 
la guerra con sus zapatos de sangre, 
o bien el día y la noche de la espiga. 
Por donde fuimos, islas o puentes o banderas, 
violines del fugaz otoño acribillado, 
repitió la alegría los labios de la copa, 
el dolor nos detuvo con su lección de llanto. 
En todas las repúblicas desarrollaba el viento 
su pabellón impune, su glacial cabellera 
y luego regresaba la flor a sus trabajos. 
Pero en nosotros nunca se calcinó el otoño. 
Y en nuestra patria inmóvil germinaba y crecía 
el amor con los derechos del rocío.


Soneto XXIX

Vienes de la pobreza de las casas del Sur, 
de las regiones duras con frío y terremoto 
que cuando hasta sus dioses rodaron a la muerte 
nos dieron la lección de la vida en la greda. 
Eres un caballito de greda negra, un beso 
de barro oscuro, amor, amapola de greda, 
paloma del crepúsculo que voló en los caminos, 
alcancía con lágrimas de nuestra pobre infancia. 
Muchacha, has conservado tu corazón de pobre, 
tus pies de pobre acostumbrados a las piedras, 
tu boca que no siempre tuvo pan o delicia. 
Eres del pobre Sur, de donde viene mi alma: 
en su cielo tu madre sigue lavando ropa 
con mi madre. Por eso te escogí, compañera.

Soneto XXX

Tienes del archipiélago las hebras del alerce, 
la carne trabajada por los siglos del tiempo, 
venas que conocieron el mar de las maderas, 
sangre verde caída del cielo a la memoria. 
Nadie recogerá mi corazón perdido 
entre tantas raíces, en la amarga frescura 
del sol multiplicado por la furia del agua, 
allí vive la sombra que no viaja conmigo. 
Por eso tú saliste del Sur como una isla 
poblada y coronada por plumas y maderas 
y yo sentí el aroma de los bosques errantes, 
hallé la miel oscura que conocí en la selva, 
y toqué en tus caderas los pétalos sombríos 
que nacieron conmigo y construyeron mi alma.

Commenti